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Crítica de Hara-Kiri, de Takashi Miike

Título: Hara-Kiri. Año: 2012. Duración: 126’ País: Japón. Director: Takashi Miike. Guión: Kikumi Yamagishi (Remake: Shinobu Hashimoto. Novela: Yasuhiko Takiguchi). Música: Ryûichi Sakamoto. Fotografía: Kazuko Kurosawa. Reparto: Ebizo Ichikawa, Eita, Koji Yakusho, Hikari Mitsushima, Eita, Munetaka Aoki, Hirofumi Arai, Kazuki Namioka.

La prolífica carrera del director japonés Takashi Miike le ha llevado a tocar los géneros más queridos en el país nipón, consiguiendo una legión de adeptos que fagocitan con ansiedad todo lo que él hace, independientemente de la temática o género al que se adscriban las obras, y dando por bueno, con impetuosa vehemencia, cualquier propuesta con la firma de Miike. No es para menos el fervor que sus fans le profesan; solamente la soltura y la capacidad de trabajo del director, que este año, el 2012, ha presentado tres películas -entre ellas Hara-Kiri-, le hace merecedor de, cuando menos, un enorme respeto, aunque su obra, por extensa, esté plagada de irregularidades y concesiones localistas a una cultura que en occidente nos es difícil de digerir. Con todo, Miike se ha hecho un nombre en occidente y sus películas, desde los comienzos con el cine yakuza, se esperan como agua de mayo, refrescando el -a veces- aburrido panorama fantástico europeo.

Las etapas de la filmografía de Takashi Miike han pivotado entre el cine sobre mafias orientales (concretamente sobre la yakuza japonesa), el horror gore, la comedia negra, la adaptación de mangas y, finalmente, el chambara, palabra que viene a denominar genéricamente al cine de samuráis. El chambara cuenta con una gran tradición en Japón y el cuidado que los realizadores ponen a cada uno de los títulos es minucioso; es un género que podríamos denominar de escuela, y el que un realizador de prestigio se asome a su revisión es todo un acontecimiento en el panorama cinematográfico japonés. Akira Kurosawa fue uno de los realizadores que más cultivó este género y el que marcó las directrices de su resurgimiento  tras la emancipación japonesa de la tutela norteamericana, en los años 50. Como si nos montáramos un tren bala, nos saltamos unas cuantas décadas de tradición chambara y llegamos al siglo XXI, donde el realizador Yoji Yamada nos regala un impresionante tríptico sobre la vida del samurái: El Ocaso del Samurái (Tasogare seibei, 2002), La Espada Oculta (Kakushi-ken: oni no tsume, 2004) y Love and Honor (Bushi no ichibun, 2006) son tres piezas imprescindibles para comprender el chambara contemporáneo, tres dramas crepusculares donde la vida cotidiana y el sentimiento del samurái son retratados con exquisita sensibilidad.

Tras el éxito de público y las loas recibidas por su versión del clásico de Eiichi Kudo, Los Trece Asesinos (Jûsan-nin no shikaku, 1962), que Takashi Miike tituló homónimamente, 13 Asesinos (Jûsan-nin no shikaku, 2011), éste desarrolla una dinámica de rodaje que, según sus palabras, hace renacer un concepto de espectáculo y de implicación de los actores sólo visto en la época dorada del chambara. Este bagaje recién adquirido le lleva a pensar en su próximo título, otro chambara, y un nuevo remake de un clásico del género, Hara-Kiri (2012), película que revisa el clásico que firmara Masaki Kobayashi, HaraKiri (1962), titulo celebradísimo que obtuvo en aquel entonces el Premio Especial del Jurado en Cannes, compartido exaqueo con El Gato de Casandra (Az prijde kocour, 1963).

El Hara-Kiri de Miike no se caracteriza precisamente por sus escenas de acción; éstas son escasas y cuando aparecen no vamos a extasiarnos con impresionantes combates a espada y chorros de sangre disparados al cielo, todo lo contrario, Hara-Kiri es un drama, una película profunda que se interna en el ser más íntimo del samurái, en las motivaciones y sus concepción del honor y el valor, todo ello con una estética sosegada y medida, sin estridencias, contrariamente al trabajo realizado por Takashi Miike en 13 Asesinos. En este aspecto, la única salida de tono de Miike es el haber escogido el formato 3D para filmar una historia que, sencillamente, no lo necesita.

El argumeno de Hara-Kiri se puede resumir en estas líneas: Deseando morir con dignidad, Hanshiro (Ebizo Ichikawa), un samurái sin recursos, solicita realizar el ritual de suicidio en la residencia del clan Li, cuyo rector es Kageyu (Koji Yakusho) un veterano guerrero. Intentando que cambie de idea, Kageyu le cuenta la trágica historia de Motome (Eita), un joven ronin –samurai sin amo- que llegó solicitando lo mismo. Tras escuchar la historia de Kageyu, Hanshiro desvelará los motivos que le llevan a solicitar la asistencia del clan Li para la realización del ritual.

Hara-Kiri comienza con varios planos fijos de una mansión samurái –la residencia del clan Li-.  En todos los planos hay un marcado color rojo con el que se pintan los símbolos del clan. El último de los planos, con el que cierran los títulos de crédito, es el de una armadura samurái, también de color rojo, símbolo de honor y valor del clan. Será el color rojo, color de la sangre, lo que suplirá la exhibición en la película del líquido vital. Todo, en realidad, está impregnado del color rojo de la sangre, la sangre que derrama el samurái en el seppuku (nombre más ceremonioso para designar el harakiri) como muestra de su convicción y valor, de modo que Miike nos interna en un mundo alegórico donde el rojo de la armadura samurái, el de los símbolos del clan o de las hojas otoñales es premonición de la tragedia que se avecina.

El ritmo de la película es contemplativo, con una planificación muy sosegada, que se pone de relieve en esos encuadres casi cartesianos, mediante el continuo uso de líneas horizontales y verticales para ubicar a los personajes en el plano. Dos escenas se salen de la tónica de mimetismo y estaticidad del film, la del primer harakiri, en el que observamos la agonía y el sacrificio de Motome, que quedará explicado más adelante; una escena realmente dura y digna del mejor chambara. La otra es la de la reprimenda que Hanshiro lanza a Kageyu, y que determina el desenlace de la película. Y tras ese desenlace, un epílogo nos muestra otros dos harakiris, esta vez en off, donde los rostros de los actores son suficientes para mostrar ese momento de dolor.

Esta nueva versión de Hara-Kiri aporta algunas diferencias importantes con la realizada en 1962. Las tres escenas de lucha que ofrecía la película antigua son condensadas aquí en una, y a cambio ofrece un enfrentamiento multitudinario que reversiona el original. Otros momento salen potenciados, como el mencionado seppuru de Motomo, que alcanza extremos de delirio, si lo comparamos con el original, cosa que lejos de jugar en contra del film de Miike, lo engrandece aún más dando una vuelta de tuerca a ese momento imprescindible.

En el lado menos amable de Hara-Kiri nos encontramos con un bloque central excesivamente melodramático, con un interminable relato de las penurias que llevan a Motomo a solicitar el suicidio ritual, demasiado lento y exhibicionista, pero que al menos queda bien acompañado por la música de Ryiuchi Sakamoto. En esta parte central la película pierde el ritmo que Takashi Miike imprime al resto del film. No obstante, y dejando aparte este salvable escollo, la cinta es un ejercicio de sobriedad y estilo en el que la ritualidad de los gestos y el alma de los personajes se alza por encima de todo.

De momento parece que Miike ha abandonado el chambara. Esperemos que este infatigable realizador nos regale una nueva muestra de este género, y que ese nuevo film, si no es mucho pedir, se acerque más a la solidez de Hara-Kiri que al espectáculo de 13 Asesinos. Parece que las historias de valor de los ronin son intemporales, así como el marco en el que se ubican, un Japón crepuscular en el que blandir una espada tiene una significado espiritual, contemplativo,  más allá de la modernidad que, a las bravas, se termina imponiendo por el paso lógico del tiempo. En este Japón hay lugar para la heroicidad, la cobardía, la venganza y el honor, valores éstos que el cine contemporáneo rescata siempre del chambara, como si este género minoritario fuera una referencia atemporal para nuestro pasado, presente y futuro cinematográfico. Sólo tenemos que recordar una cinta muy reconocida y querida para el espectador de hoy en día: El Silencio de un Hombre (Le Samurai, 1967).

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3 COMENTARIOS

  1. Muy buena te ha quedado esta, de las mejores que te he leído. En cuanto al director vi la espada oculta y el ocaso del samurai. Esta ultima me gusta especialmente, triste, plasticamente muy bella y con un héroe que sufre en silencio……. Todo para gustarme vamos.

    En lo que si coincido es que son lentas, demasiado quizás y se recrea en imágenes que resultan bellas, pero al rato cansan en su serena quietud…. De acción, pues ya se sabe con los japoneses y el cine oriental en general. O todo o nada, no existe el termino medio.

    Un director que en las dos películas que eh visto me gusta, pero que si reconozco que su lentitud puede ser un lastre en muchos momentos y su falta de acción, también. Aun así, muy bueno y de los que me gustan….

    • Lentas pero bonitas. Este género se jacta de preciosismo y todos los detalles están cuidados a la perfección. Aunque sean un poco tostón a veces, da gusto ponerse a ver un chanbara de vez en cuando.
      Por cierto, Kneau Reeves protagoniza el remake de 43 Ronin (de la cifra exacta no me acuerdo pero es un remake de una de Kurosawa).

      Un abrazo.

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